Llegan los anuncios de la tele. Un coche se estrella a cámara lenta. Los cristales se hacen añicos, salta el airbag y el maniquí parece encajar el golpe lo suficientemente bien como para salvar la vida. Seguridad vial garantizada. Razón más que de peso para correr al concesionario a por ese coche y no otro. Pero en esta simulación hay una letra pequeña de consecuencias enormes. Aunque la fisionomía del maniquí no esté muy desarrollada, resulta evidente que representa algo muy concreto: un hombre. Siempre un hombre y solo un hombre. Posee sus dimensiones medias, su envergadura media y su peso medio. Sus homólogas femeninas apenas existen, y, en las muy contadas ocasiones en que sí se emplean, son relegadas al asiento del copiloto. De ahí al “mujer tenías que ser” hay muy poca distancia de seguridad. Esto, que podría parece una frivolidad, hace sin embargo que, cuando llegan los accidentes reales, las mujeres tengamos un 47% más (sí, 47%) de posibilidades de sufrir heridas graves, y un 17% más de posibilidades de fallecer. Los coches son sustancialmente más peligrosos para nosotras simplemente porque, a la hora de diseñarlos, no existimos.

Que el mundo está hecho por hombres y para hombres es un mensaje que, según dónde, sigue despertando escepticismo, sobre todo el de quienes menos interés demuestran por saber. Pero lo cierto es que las mujeres vivimos en un mundo menos seguro, no solo por los temas que vemos a diario en las noticias, sino por asuntos mucho más velados, pero de un calado más que considerable. La mujer invisible, de Caroline Criado-Perez, desgrana, uno tras otro, datos que, a modo de bofetada de realidad, dejan poco espacio a la duda. El libro limita deliberadamente las reflexiones subjetivas para, simplemente, describir lo indiscutible. Ella sabe, sin duda, que las conclusiones se sacan solas, y que son auténticos terremotos. Otro ejemplo: es más que sabido que la investigación médica pone un énfasis mucho mayor en enfermedades que afectan más a hombres, y que los ensayos clínicos se hacen sobre todo con ellos y para ellos. Una implicación de ello es que las mujeres tenemos un 50% más de posibilidades de tener un diagnóstico erróneo cuando sufrimos un ataque al corazón. Lo que sigue también es fácil de imaginar.

En esta era perturbadora que nos toca vivir, en la que los hechos sufren su mayor crisis de identidad frente a opiniones variopintas, resulta esencial volver a la esencia de los datos, siempre reveladores y precisos. Son datos que afectan a mujeres de todas las ideologías, de todos los niveles educativos, de todos los estratos sociales. Por mucho que algunos lo proclamen con bastante perversidad, no hay dos bandos. Igual que no se trata de un nosotras contra ellos, tampoco es una guerra civil de nosotras contra nuestro propio género. Y, sin embargo, el divide y vencerás ha calado en el tema de la igualdad de género como lo ha hecho en pocos. Pero, en realidad, se trata de algo de lo más básico: que todas las personas podamos aspirar a un trato igual como seres humanos que somos. Ya que estamos, ahí va una prueba rápida de condicionamiento cultural: ¿qué imagen se te viene a la cabeza cuando lees “ser humano”? ¿Es, por casualidad, un ser humano de género masculino? Sí, nos pasa a la enorme mayoría. El ser humano por defecto es un hombre. Las mujeres hemos sido “el otro” género, la desviación con respecto a la norma. Ni nosotras ni vosotros queremos que siga siendo así. Por eso, no lo será.