Tiempos oscuros
Elvira Navarro
Me pregunto a qué se debe que no haya apenas movilizaciones sociales importantes, de esas que paralizaban o tenían pendiente al país entero, a pesar de que la pérdida de derechos y del nivel de vida sigue una línea ascendente. Atención sanitaria deteriorada, destrucción de la igualdad de oportunidades en educación (hacen carrera quienes pueden pagarse las tasas de la universidad y un máster; de la calidad educativa, problema secular, mejor no hablar), inflación escandalosa, sueldos congelados de los trabajadores en muchas empresas (aunque no de los directivos), empleos precarios que llevan a jóvenes y no tan jóvenes a no poderse independizar, a tener que irse a otros países, a compartir pisos que en las grandes capitales suelen ser infectos. Aceptamos que vamos a acabar nuestros días en una residencia con la misma indiferencia con la que hemos visto morir a ancianos encerrados en sus habitaciones durante la pandemia, sin recibir asistencia médica y sin que ello haya conllevado, de momento, responsabilidad alguna. Compramos en Amazon aunque sepamos que sus trabajadores son esclavos y pedimos comida que nos trae un repartidor en bici que, además de mal pagado, se juega la vida. Sabemos que el cambio climático está ahí y seguimos consumiendo como si, en efecto, no hubiera un mañana: nunca fue más literal esta expresión. Agachamos la cabeza ante el precio de los alquileres de las viviendas, ante la gentrificación de los barrios, que supone la expulsión de sus vecinos y la sustitución del pequeño comercio, a menudo garantía de mayor calidad, por franquicias que venden barato, o no tanto, productos descaradamente malos.
Esta supuesta época de hipersensibilidad esconde una escalofriante indiferencia hacia la mayor parte de los males que nos aquejan, empezando por los propios. No protestamos por nuestras condiciones laborales, por tener que esperar meses a que nos vea un especialista, por la especulación, por la destrucción de parajes naturales que amamos (¿quién no tiene algún vínculo sentimental con algún entorno sobre el que planea el ladrillo o el riego ilegal?), por la corrupción, por las promesas electorales incumplidas y por las que se hacen a sabiendas de que no se pueden cumplir.
La época de la información no ha significado que estemos peor informados que nunca, como se dice, pero sí es cierta la falta de criterio a la hora de saber qué es más importante, amén de que tantas noticias producen un efecto narcótico.
Las redes hierven de una indignación cuyo recorrido acaba con el último like y cierta sensación de haber intervenido cuando sólo nos hemos desahogado. La ingente oferta cultural que ofrece internet ha generado una brutal atomización, y aunque ocasionalmente todo el mundo vea la misma película o lea el mismo libro, lo que se puede compartir y debatir es irrisorio, además de que la palabra ha perdido el valor: no importa demasiado lo que se dice salvo si se convierte en polémica, y en ese caso todo se simplifica y distorsiona de manera estúpida.
Alguien me dijo que el metaverso traería el solipsismo y la indiferencia total hacia el mundo. Yo pienso desde hace algún tiempo que, en cierto modo, ya vivimos en un metaverso.