La mentira de los siete días
Elvira Navarro
Como tanta gente en estas fiestas, he acabado confinada en casa con covid, supongo que con la variante ómicron, pero quién sabe: la pandemia nos ha vuelto muy conscientes de la falta de certezas en lo que a la salud se refiere. Mi madre, médica, siempre decía que las certezas son difíciles en medicina. “Los médicos no sabemos nada”, repetía hasta la saciedad. Se trataba de una exageración muy efectiva a la hora de hacer llegar un mensaje. Y es que, además de médico, mi madre era un poco literata y sabía que a veces la verdad sólo se trasmite bien a través de una mentira.
Puesto que muy a menudo los médicos carecen de certeza, se curan en salud, esto es, son precavidos y equilibran la incertidumbre con pruebas de más o recomendando hacer tal o cual cosa por si las moscas. Cuando hablé por teléfono con un médico después de que me apareciera la tenue rayita del positivo en el test de antígenos, me dijo que siete días eran pocos por más que nuestros gobernantes, que por cierto se han ahorrado el dinero de muchas bajas por estar el sistema saturado, estableciera que se podía hacer vida normal a partir de una semana del positivo. El doctor estaba haciendo conmigo la buena labor que se le presupone a un profesional responsable: curarse en salud. Añadió que sólo cuando pasara 48 horas sin ningún síntoma me podía dar por curada.
Esta no ha sido la única noticia que he tenido en estos días de médicos contradiciendo lo dicho por las autoridades. Una conocida se presentó tras siete días de estar enferma en su puesto de trabajo y la médica de la empresa le dijo que, aunque diera negativo en el test de antígenos, no se le ocurriera desayunar o comer con sus compañeros: aún podía contagiar. Amigos con hijos pequeños, también creyentes de que sus vástagos estarían curados a los siete días, han tenido que echarse atrás a la hora de llevarlos al cole: aunque no tuvieran síntomas, seguían dando positivo una semana después.
A pesar de la evidencia, nuestros gobernantes no se curan en salud. Quizás piensan que la economía irá mejor si nos tosemos los unos a los otros y trabajamos a medio gas. También estamos acostumbrados desde marzo de 2020 a la arbitrariedad del poder, encarnada en esta ocasión en esos siete días escasísimos y en la imbecilidad de la mascarilla en exteriores mientras que, como siempre, en el interior de los locales de ocio uno se puede pasar horas respirando a cuarenta personas más sin ninguna ventilación. Al parecer, ahora incluso han dejado de contabilizar los contagios: así es fácil dar la noticia de que descienden y seguir haciendo como que aquí no pasa nada grave.
Pero lo verdaderamente inquietante de esta época es que, frente a unos oscuros mandatarios preocupados sólo por la economía, especialmente por la de quienes les permiten mantenerse en el poder y por la de sus futuras puertas giratorias, no hay una respuesta social contundente y bien organizada. Antes bien, lo que hoy se articula y pasa por “protesta” es aún más oscuro: los antivacunas, los negadores del cambio climático y un largo etcétera de gente capaz de creer en cualquier idiotez que pueda estimular sus fantasías paranoides. Parece que el covid haya atacado también nuestra capacidad de respuesta política y social, o tal vez simplemente ha acelerado un proceso que venía de antes: el de la indiferencia ante la destrucción de nuestra sociedad y del planeta. ¡Caiga quien caiga, tenemos que seguir progresando!