Siempre ha habido algo en cierta derecha que suele declararse cristiana, católica y apostólica que me ha resultado llamativo. ¿Cómo encajan  lo del amor al prójimo con sus despiadadas medidas antiprójimo? ¿Con qué cara se presentan ante el Dios del amor en sus misas de domingo, en sus cristianos bautizos y en sus santas bodas, los que defienden que la Seguridad Social no sea para todos, esos a los que les parece mejor que un sin papeles se muera a que sea atendido, los que propician la desigualdad, los despiadados con los débiles? Cuando toda esa derecha tan cristianísima como neoliberal escucha el Evangelio en su dominical cita con el Altísimo, ¿qué es lo que entienden, si es que entienden algo? Quizás sea yo la que esté perdida, pero a mí me parece cristalino el ama a tu prójimo como a ti mismo, el bienaventurados los pobres de espíritu y los misericordiosos y los mansos, el es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico en el Reino de los Cielos. Cuando esta cristiana gente de derechas que no quieren igualdad ni fraternidad comulga, ¿en qué piensa? Cuando se confiesa, ¿qué le dicen al cura? ¿Perdóname, Padre, por impedir que los médicos nos sanen a todos?

La Razón informaba hace unos días de que los partidos que más representan los valores católicos son el PP y VOX según el estudio hecho por la asociación católica Enraizados. La valoración se basa en los criterios sobre vida, familia, libertad educativa, bien común nacional y bien común internacional, y VOX obtiene mayor puntuación en todos esos campos, excepto en el último debido al trato al inmigrante. Sobre este particular, hace también unos días que saltó a la prensa una propuesta de este partido contra los menores que delincan: quieren que sean castigados como adultos, lo que, a mi juicio, es lo mismo que condenarlos al infierno. Me estoy leyendo Memorias de la casa muerta, libro en el que Dostoievski relata su experiencia en Siberia, donde cumplió una condena de ocho años a trabajos forzados. El autor ruso habla, entre otras muchas cosas, de la mala idea que es someter a alguien que apenas ha vivido a un duro castigo, pues las probabilidades de que salga de un presidio peor de lo que entró son muy altas.

En octubre del pasado año tuve que ir a Melilla y vi a los menas (Menores No Acompañados) que pululan por la ciudad, muchos de ellos enganchados al pegamento. Se me heló la sangre: eran niños (hablé sobre ellos en este artículo) que venían de familias pobres, chavales no queridos por nadie, a los que es cierto que en ocasiones resulta muy difícil ayudar, pero a los que estamos obligados a sacar de esa situación si no queremos que su pobreza, tan brutal, sea espejo de nuestra pobreza de alma (por decirlo en términos cristianos), de nuestro fracaso. VOX puede proponer las medidas despiadadas que quiera, claro está, pero yo vuelvo al principio: quienes se declaran cristianísimos y van a votar a partidos de esta calaña, a lo mejor deberían revisar sus creencias y ver si no están pecando de cinismo. O mejor aún: quizás podrían reconsiderar su voto. O apostatar.