Alma que lleva el diablo

Laura Furones

Laura Furones

¿Por cuánto venderías tu alma al diablo? La pregunta es deliberadamente abierta porque asume que lo harías. Por supuesto que lo harías. La cuestión es dónde está el punto de inflexión entre el no y el sí. ¿La venderías por ese capricho inalcanzable, como tantos sobre quienes leemos y oímos a diario? ¿Por garantizar una vida feliz a tus hijos, como anhela cualquier madre? ¿Por traer de entre los muertos al amor de tu vida, como intentó Orfeo?

No es casualidad que el mito de Fausto haya gozado de tanta popularidad. Lo encontramos en un amplio abanico de manifestaciones artísticas y con todo tipo de giros argumentales. Todas estas variantes tienen un trasfondo común: se renuncia al alma como resultado de una carencia. Algo falta tanto que se pierde la cordura y se da un paso adelante que no tiene vuelta atrás. Para Fausto, el protagonista de la ópera de Charles Gounod, el desencadenante es la evaluación que hace de su propia existencia desde el otoño de la misma. Mirando atrás, este académico envejecido llega a la conclusión de que sus sesudos estudios no le han llevado más que a dejar escapar la vida y el amor. En otras palabras, él ha pasado por la vida, pero la vida no ha pasado por él. De esa grieta entre expectativa y realidad emerge oportuno Mefistófeles para prometerle la vuelta a la juventud (“A mí, los placeres”, canta un Fausto de anhelos febriles).

Pero claro, aspirar a una segunda oportunidad para vivir constituye toda una provocación; es avanzar contra natura de la manera más temeraria. Así las cosas, el precio no puede ser trivial. Fausto regresa a la juventud, sí, pero esta segunda ronda acaba resultando bastante menos provechosa que la primera, y desemboca irremediablemente en un trágico final. Por el camino, se lleva por delante a Margarita, bondadoso objeto de su deseo y mujer que acabará matando al hijo de ambos. Fausto se queda más que lejos de resarcirse en su segunda ronda de lo que quedó pendiente en la primera.

Las carencias son armas de destrucción masiva: si no se saben gestionar, se convierten en bestias insaciables, en horizontes huidizos que no permiten al caminante detenerse para apreciar lo que lo rodea. La insatisfacción puede ser el motor de búsqueda más efectivo, pero también el origen de una frustración paralizante. Quedarnos en lo que no tenemos, en lo que no hacemos o en lo que no somos nos muestra el proverbial vaso medio vacío. Lo cierto es que cualquier vida está inundada de carencias. Es obvio que la manera en que las aceptamos (o no) tendrá mucho que ver con la felicidad de la que gocemos (o no). Lo que en realidad le sucede a Fausto, un eterno insatisfecho, es que ambiciona otra oportunidad para vivir. Pero en la vida, a diferencia de la ópera, no hay ensayo general antes de la función.

Laura Furones es directora de Publicaciones, Actividades Culturales y Formación del Teatro Real.

Faust se representa en el Teatro Real desde el 19 de septiembre hasta el 7 de octubre.

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