¿Amas? Estás loca

Laura Furones

Laura Furones

Escocia es un lugar tan bueno como cualquier otro para enloquecer por amor. Basta con llevar a la persona más allá del límite de lo soportable. Así nos lo relató Walter Scott en una novela a partir de la cual escribiría Gaetano Donizetti su ópera Lucia di Lammermoor, una de las cimas del repertorio romántico italiano.

La receta es tan simple como efectiva. Solo precisa esos dos ingredientes (eso sí, en dosis ilimitadas): amor y locura. Lucia ama a Edgardo, pero, creyendo que este la ha traicionado, accede a un matrimonio concertado con un rico noble. Para cuando ella descubre que la traición no es tal, está casada con un hombre que le es indiferente y condenada al desprecio de su amado. El golpe emocional la abruma hasta tal punto que pierde la cordura.

Que una historia tan aparentemente trasnochada nos siga conmoviendo tiene, desde luego, mucho que ver con una música arrolladora que toca sin remordimientos nuestras fibras más sensibles. Donizetti compone para conmover, y lo logra con creces. Pero, sin duda, otra de las claves de su éxito es la fascinación que sentimos por el amor romántico. Lejos de haber quedado anclado en una práctica del siglo XIX, continúa profundamente arraigado en nuestra cultura, avivando nuestras esperanzas y exacerbando nuestras decepciones. Exclusivo, predestinado, incondicional, dependiente, para toda la vida, capaz de sobreponerse a cualquier tipo de golpe; así es el amor romántico, el que imagina la cándida Lucia y al que siguen aspirando tantos adolescentes de hoy (y buena parte de los adultos). Y es que aún reina allá donde miremos: en películas, novelas, conversaciones de bar y confidencias nocturnas. Con unas expectativas tan apabullantes, no debe sorprender que el resultado sea a menudo una catástrofe de dimensiones bíblicas. La fantasía infantil de un amor impecable no es más que una cárcel, una quimera tan inaccesible que, por muy bien que se dé, está condenada al fracaso. No en vano, si algo define un amor real es precisamente su imperfección.

Pero Lucia tiene razones poderosas para vivir encerrada en una utopía. Para ella, el amor de Edgardo no es más que una válvula de escape, un intento de evadirse de un ambiente opresivo y machista. Está completamente sola y anhela una vida diferente a la que le ha tocado. Ha perdido a sus padres y se sabe destinada a ser moneda de cambio, criatura sacrificial, mujer vendida por su hermano para tratar de salvar la herencia de sus ancestros. No tiene derecho a opinar, ni a sentir, ni a vivir como le plazca. Edgardo (o lo que él representa) constituye su único refugio, un espacio donde saberse amada y libre. Es ahí donde puede ser ella misma sin pudor. El problema es que lo que ansía no existe más allá de sus sueños.

La historia de esta mujer esconde al menos dos tragedias, una escrita y otra entre líneas. La primera es que muere sin saber que Edgardo aún la ama, y por tanto, el corazón que deja de latir en su interior es un corazón roto. La segunda es que muere convencida de que, sin él, la vida no tiene sentido. Y, paradójicamente, es ese carácter casi divino con que ha revestido su percepción del amor el que hubiera hecho muy difícil su supervivencia. Lucia muere amando, sí, pero sin haber aprendido que el amor no lo puede todo. Si hubiera sido consciente de ello, la vida, su vida, habría podido seguir adelante.

Laura Furones es directora de Publicaciones, Actividades Culturales y Formación del Teatro Real.

Lucia di Lammermoor se representa en el Teatro Real desde el 22 de junio hasta el 13 de julio.

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