Animales abandonados
Elvira Navarro
A Milú lo recogieron en la calle con una herida en la cabeza.
A Simba le abandonaron en un camino con los oídos infectados.
Arco llegó a la protectora con heridas por todo el cuerpo. Le habían arrancado el microchip y tenía el cuello con señales de haber estado atado a una cuerda no muy floja.
A Lola la rescataron, junto con su hermana, de un contenedor. Estaba recién nacida. Logró sobrevivir. Su hermana no corrió la misma suerte.
A Perico lo encontraron sin dientes, desnutrido, con una pata coja debido a una mala curación.
Vida tenía la piel abierta por leishmania y los riñones enfermos. Ha costado mucho curarla, pero ya está bien, aunque tiene que tomar medicación para los riñones.
A Gala tuvieron que amputarle la patita.
Betty llegó con una úlcera en un ojo producida por un jaraguey.
Rolling fue abandonado por su dueño y no quería irse de donde le habían dejado: esperaba que volvieran a por él.
Lucero pasó unos meses en un merendero; también fue abandonado.
Viqui fue recogida con un mes y medio. Vagaba sola por las calles de Córdoba.
Pancho dormía debajo de un paso de agua de una carretera, y casi es atropellado.
A Maya la recogieron famélica en Pozoblanco, con la barriga hinchada por la desnutrición.
Llevo meses siguiendo las redes sociales de Huellas Dos Torres, una asociación protectora de animales a la que llegan perros y gatos, muchos de ellos abandonados. Dos Torres es un pueblo de Córdoba, del valle de los Pedroches, y Huellas es uno de los miles de refugios de todo el país donde se cuida a los animalitos sin apenas ayudas (económicas y presenciales: se necesitan voluntarios). La situación a la que hacen frente es vieja, y su formulación como problema, relativamente nueva: hasta hace no mucho, el descuido y el maltrato animal estaban naturalizados, o al menos no se consideraban un verdadero problema, por más que a quien fuera cruel se le mirara con desaprobación. En Marcelino, pan y vino, una película con regusto nacionalcatólico, se retrata al alcalde como un tipo que maltrata a mujer, hijos y animales (todos entran en la misma categoría: posesiones del marido), con voluntad crítica, pero no hay consecuencias para ese alcalde más allá de ser considerado como un tipo deleznable por su comunidad. La bondad siempre ha sido bondad, es vieja como el mundo, y sin embargo Marcelino, pan y vino fue ayer, es decir: en España no había consecuencias para ciertas acciones execrables, salvo la de ganarte la antipatía de los tuyos. Los verdaderos problemas eran el hambre, la pobreza, los hijos que se morían, trabajar de sol a sol. Hay algo de razón ahí, en que la ética es para quien puede permitírsela, pero hay una razón aún más poderosa en quien, a pesar de trabajar de sol a sol, y de un hijo muerto por falta de medicinas, y de su pobreza, mira compasivo a un gatito en los huesos y le da un poco de leche.
Por cierto que Huellas Dos Torres, y tantas otras protectoras de animales, agradecen nuestra ayuda. Huellas tiene una página en Facebook y otra en Instagram donde, además de información y simpáticas fotos sobre la buena labor que están haciendo, también dejan su número de cuenta, por si hay quien se anima a echar un cable. Y, por supuesto, buscan personas que adopten a sus hermosos perros y gatos.