Admitámoslo: el poder como facultad de tomar decisiones virtuosas está sobrevalorado. Cierto es que, en raras ocasiones, emergen líderes que parecen hechos de otra materia (¿humana?) y que atesoran evidentes cualidades de liderazgo magnánimo, inteligente, generoso. Pero son tan escasas las excepciones, e interesa tan poco su pervivencia, que a poco que asoman la cabeza ahí espera, lista para actuar, la guadaña del otro poder: el acaparador, el ciego, el que vuelve demente a quien lo ostenta. En un espectáculo altamente bochornoso, vemos que quienes tienen la capacidad de trabajar en beneficio de todos eligen en cambio demoler, tan infantiles como esos mocosos bravucones que dan una patada al castillo de Lego que otros han construido pacientemente, en lugar de ofrecerse para seguir añadiendo piezas. Y así lo vivimos a diario: personas adultas, supuestamente maduras, en teoría formadas, se enzarzan en peleas mezquinas con la sola intención de incrementar su poder, como si ello fuera un fin válido en sí mismo. Como si con ello hubieran logrado algo.

Hay poco consuelo en decir esto, pero siempre ha sucedido así. No tenemos más que volver sobre nuestras propias raíces, tanto las reales como las imaginadas. Tal vez el ejemplo más obvio sea el de los dioses. Libres de todo escrutinio, ilimitados en su poder y temidos por los humanos, se suelen quedar muy lejos de ejercer la autoridad haciendo honor a su estatus de mitos. Al Teatro Real llega una ilustración perfecta de ello: La Calisto, ópera de Francesco Cavalli que ahora recuperamos tras más de tres siglos y medio olvidada. Nada menos que Júpiter, padre de los dioses, es quien se nos presenta como uno de tantos casos de divinidades que son de todo menos ejemplares. El delirio de argumento arranca así: Júpiter, dios felizmente casado, baja a la tierra buscando un ligue (no será el primero ni el último). Se encuentra con la ninfa Calisto, devota de la diosa Diana, a quien ha hecho un juramento de castidad. Así las cosas, ella rechaza sus avances. Pero a grandes problemas, grandes soluciones: Júpiter se disfraza de Diana y, desde esa nueva identidad, logra seducir a Calisto. La verdadera Diana se encuentra entonces, atónita, con una ninfa entregada a ella más allá de lo púdicamente admisible. Lo que sigue es un fenomenal desmadre que combina sátira, humor, sexo y, por encima de todo, una profunda crítica social. No en vano, lo que en realidad quiso hacer Cavalli con esta obra fue sacar las vergüenzas a una Roma sumergida en una corrupción desenfrenada. Hacerlo a través del erotismo le permitió poner al descubierto las entrañas mismas del poder, pues, como decía el certero Oscar Wilde, “todo en la vida tiene que ver con el sexo menos el sexo. El sexo tiene que ver con el poder.”

Y así seguimos unos cuantos siglos después, usando y abusando del poder, llevándonos por delante con ello la más crucial y olvidada de sus capacidades: la de cambiar las cosas para mejor.