La ciudad no es nuestra

Elvira Navarro

Elvira Navarro

La ciudad la acaban decidiendo los promotores. Hacer un buen edificio depende del gusto del cliente y de su dinero. Entre los promotores el dinero no falta, pero el gusto, que no es sólo una cuestión estética, sino de compromiso con las cosas bien hechas, con la ciudad y con las personas… ¡ay, cómo se echa en falta el buen gusto, quiero decir, ese compromiso con el bien común!

Vivo en un barrio nuevo, del que ya he hablado en estos artículos alguna vez. En mi barrio, que todavía parece una maqueta en vez de un barrio, quedan solares donde están a punto de levantar edificios, así que me harto de comprobar la distancia enorme que hay entre la publicidad de las viviendas, que aparecen fastuosas y con fotos en gran angular en el anuncio, y lo que luego se construye, infinitamente menos espectacular, y con césped de plástico.

El futuro siempre viene con una publicidad salvaje porque todo futuro es propaganda. Mientras se planea un macroproyecto donde las zonas en las que se va a construir ni siquiera están aún asignadas a las promotoras y nada se sabe de los edificios que las ocuparán, se puede fabular cuanto se quiera. Eso es algo tan bueno, porque permite imaginar una ciudad mejor, como frustrante, pues el promotor, con su habitual mal gusto, con su falta de imaginación para todo lo que no sea ganar dinero, ya se frota las manos a la vuelta de la esquina.

Y esto es lo que posiblemente pasará con la Operación Chamartín, cuya imagen a día de hoy es meramente fantasmagórica, pura ficción donde todo es maravilloso. ¿No la han visto? Pueden acercarse a contemplar la maqueta y un simulacro de cómo quedarán las distintas áreas en un espacio expositivo situado en el paseo de la Castellana 120. En la web donde se publicita el proyecto, presentado no con el nombre de Operación Chamartín (¿quizás porque resulta demasiado polémico?) sino Madrid Nuevo Norte, se dice con esa rimbombancia embustera con la que se nos vende el futuro que esta operación “cambiará la imagen de la capital y la ayudará a posicionarse en el puesto que le corresponde entre las grandes capitales de Europa”. Esto ni siquiera es cierto a medias: se tendrían que resolver muchos más problemas para que Madrid se pareciera un poco a una gran capital europea, lo que por otra parte es como no decir nada. ¿De qué gran capital estamos hablando? Reformulo entonces para decir algo: deberían hacerse unas cuantas cosas más en la ciudad para que ésta funcionara decentemente.

Por ejemplo: se necesitaría, en primer lugar, una política de vivienda social. Para ello, el Ayuntamiento tendría que disponer  de recursos económicos que le permitiera comprar suelo y promover (como los promotores privados, pero sin lucro) vivienda asequible, lo cual haría que bajaran los precios por la ley de la oferta y la demanda, ya que uno de los motivos por el que los precios son altos es porque, dada la poca oferta y la mucha demanda, se puede especular e ir subiendo los precios.

Más: se debería contar con un mantenimiento adecuado de las infraestructuras, del asfalto, de los jardines y de la limpieza, así como depender menos de las grandes empresas y de los macrocontratos,  y en todo caso dedicar el dinero necesario para poder exigir un cumplimiento adecuado de los contratos. Se tendrían que hacer nuevas infraestructuras que mejoraran los flujos de tráfico, y aparcamientos disuasorios ligados a los intercambiadores. Urge además recuperar el control de Metro de Madrid, e invertir en su mantenimiento y mejora.

Para frenar la contaminación, se precisaría controlar y eliminarlas calderas de carbón y, paulatinamente, las de gasoil, y penalizar a quienes contaminen. Todos los autobuses y vehículos municipales deberían  ser cero emisiones/eléctricos, y habría que hacer nuevas zonas verdes.

Para que el patrimonio no acabe convertido en escombros, como “La Pagoda” de Fisac, o en un patético escenario para un centro comercial, como le está sucediendo al Edificio del Banco Hispano Americano de la plaza de Canalejas, sería conveniente ampliar el catálogo de Bienes de Interés Cultural (BIC), y que los políticos no pudieran rebajar alegre y corruptamente el nivel de protección.

Vuelvo a ese día en el que visité el simulacro de Madrid Nuevo Norte. ¡Qué gusto me dio colocarme las gafas de realidad virtual con imágenes 360º y contemplar la bella fantasmagoría de lo que van a ser las nuevas calles y los espacios públicos, pulcrísimos, hermosísimos y llenos de vergeles, cuando se haga la Operación Chamartín! No había ni un solo edificio de ladrillo rojo con sus míseros metros de más en forma de balcones cerrados de PVC, que es el grado más bajo y más habitual con el que los promotores se forran. Tampoco vi la tipología que ahora también es  frecuente en zonas nuevas, sosa y amable: edificios de fachada más o menos blanca, revestidas con aplacados de piedra caliza  o de cerámica, más minimalista. Lo que vi fueron viviendas que parecían, qué sé yo, de Estocolmo, con fachadas de vidrio y estructura sencilla, elegante y nítida, como rara vez las he visto en España, y menos destinadas a viviendas. De todas las proyecciones que observé recuerdo esta por lo chocante, aunque había más que hacían que Madrid pareciera una ciudad que no rezuma cutrez ni carestía de recursos (la capital exuda esto incluso en sus barrios pijos). Me quedé triste pensando en lo que podría ser y no será, promotor mediante relamiéndose al ver cuánto puede ganar, cuánta fealdad y cosa mal hecha y cara y de pocos metros puede volver a sembrar en la ciudad que siempre fue más suya que nuestra, y a la que trata a patadas.

 

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