Círculo de poder
Laura Furones
Cuatro óperas y dieciséis horas necesitó Richard Wagner para relatar la historia del mundo desde su creación hasta su cataclismo. Un descomunal ejercicio de síntesis por el que transitan dioses, gigantes, ninfas y enanos; una utopía aparentemente legendaria, remota, ajena a nosotros. Pero no hay más que mirar un poco más allá de esta supuesta fábula para ver que, si de algo habla el ciclo del Anillo del Nibelungo, es precisamente de uno de los rasgos que más han definido nuestro porvenir como especie: la codicia.
Ningún otro animal ha ejercido de forma tan agresiva el afán desmedido de poseer. Desde el listillo que se salta la fila para llegar antes que quienes pacientemente han estado esperando hasta el presidente de la mayor potencia mundial con su recetario de despropósitos, codiciar implica necesariamente quitar de en medio a los demás para llegar primero, hacer del acto de acumular una pretendida forma de vivir más y mejor que nadie. Resulta difícil escapar a este trending topic tan arraigado. La codicia, hasta donde sabemos, no viene codificada genéticamente. Pero, mirando alrededor, e incluso siendo sinceros con los impulsos que a veces nos sobrevienen, podría parecer que está tan predeterminada como el color de nuestros ojos.
Richard Wagner cuenta esta antigua historia a través de una nueva forma de hacer ópera. Divide su Anillo en cuatro sesiones, de las cuales El oro del Rin, que ahora estrenamos en el Teatro Real, es el prólogo. Aun siendo el carácter del mismo evidentemente introductorio, ya en este primer envite queda más que claro cuál es el conflicto que se nos plantea. Se podría resumir como sigue: el fondo del río Rin alberga oro. Aquel que forje con él un anillo será ilimitadamente poderoso. Eso sí, existe una condición (las fábulas son los primeros ejemplos de letra pequeña). Para poner a prueba el verdadero potencial del anillo, quien lo lleve deberá renunciar al amor. Y el amor, que en teoría todo lo puede, acaba quedándose corto ante el poder, que todo lo quiere. En El oro del Rin, el anillo pasa por varias manos mundanas y divinas, pero nadie escapa a su hechizo. A lo largo de las siguientes óperas del ciclo, será el origen de las más terribles tragedias.
Por si el tema no nos interpelase aún lo suficiente, la producción de David Carsen es la de un activista en toda regla, de igual modo que la música de Wagner es la de un revolucionario político además de musical: El oro del Rin denuncia cómo el ser humano abusa de la naturaleza mucho más allá de lo admisible. Lo que vemos ante nuestros ojos es un mundo estéril y mugriento asfixiado por el cemento y las botellas de un solo uso; una naturaleza denostada que se considera prescindible. Será cuestión de tiempo antes de que esta misma naturaleza destruya al ser humano que, en su soberbia, ha intentado dominarla. Si hay una historia basada en hechos reales que cada vez lo son más, sin duda es esta.
Laura Furones es directora de Publicaciones, Actividades Culturales y Formación del Teatro Real. ‘Das Rheingold’se representa en el Teatro Real desde el 17 de enero hasta el 1 de febrero.