Filosofía

Elvira Navarro

Elvira Navarro

Hace unos días se produjo un pequeño milagro: todos los partidos políticos respaldaron el devolver a la filosofía a un lugar troncal en la enseñanza secundaria. La filosofía había sido relegada por la LOMCE, aprobada cuando fue ministro José Ignacio Wert, a un único curso en primero de bachillerato y a asignatura optativa en segundo de bachillerato. No había sido del todo expulsada de las aulas, pero casi. Desde entonces, se sucedieron protestas como la de Ángel Vallejo, representante de l'Assemblea del Professorat de Filosofia, quien orquestó una interesante campaña a favor de la materia cuyos videos se pueden ver en Youtube.

La noticia se ha recibido con júbilo, y también con el deseo de que, al igual que otras asignaturas, la materia se imparta mejor. Escribía Daniel Arjona, jefe de Cultura de El Confidencial, en su muro de Facebook que cuando estudiaba Historia de la Filosofía en los tiempos del COU la asignatura era un disparate, pues no había manera de enterarse de casi nada en aquellos apartados donde el pensamiento de Platón, Aristóteles, Kant o Nietzsche se resumía en unos cuantos párrafos o en una monótona sucesión de aplicadas características, cada una con su guioncito, evidenciando ese mal que, según me cuentan, aún inunda las aulas, y que desde luego reinaba cuando yo hice EGB, BUP y COU: la educación no como comprensión, sino, y si el profesor no lo remedia, como memorización, acumulación absurda, adocenamiento e incomprensión profunda. Añade Arjona que, a pesar de los horrísonos planes de estudio, las hormonas adolescentes y la falta de medios, siempre había unos cuantos que luego rumiaban las ideas de los filósofos. Es decir: siempre había quienes estaban dispuestos a considerar argumentos o cosmovisiones distintos a los propios, a preguntarse sobre el sentido y a dudar de sus creencias, aunque fuese de manera rudimentaria. Puede que haya quien considere eso escaso e irrelevante. Sin embargo, a mí me parece que comenzar a no aceptar ingenuamente la “realidad”, especialmente la propia, es esencial. La filosofía no es la única disciplina que apunta hacia eso, pero quizás sea, junto con la antropología, la que lo muestra de manera más directa.

Yo tuve más suerte que Arjona. Amén de que mi profe era un hacha, en la Comunidad Valenciana decidieron, con muy buen tino, que era mejor que la asignatura se diera leyendo sólo a tres filósofos durante el curso. Estudiar a fondo a unos pocos pensadores significa hacerse cargo de sus contextos sociopolíticos e históricos, de contra quiénes están discutiendo y para qué. Y si se eligen estratégicamente, puede obtenerse a través de ellos una buena visión global, aunque sea incompleta. Quedé pues a salvo de la absurdidad de un libro de texto que tratara de abarcar la historia del pensamiento occidental en doscientas páginas indigestas, y leí con sumo interés el Libro VII de La República de Platón, el Discurso sobre las ciencias y las artes de Rousseau y La genealogía de la moral de Nietzsche, todo ello divinamente explicado, y por supuesto con debates encendidos en clase.

También leo otra queja, bien formulada por Ramón González Ferriz en un artículo titulado “Ensimismada y desconectada, el discutible prestigio de la filosofía”, donde se acusa a la materia de encerrarse en la academia y de haberse vuelto, jerga especializada mediante, en incomprensible para la población, amén de no estar a salvo de aterradoras derivas dogmáticas, bárbaras (Platón quería expulsar a los poetas de la polis debido a su falta de coherencia, por ejemplo). Estudié Filosofía en la Complutense y, aunque disfruté y aprendí mucho, doy fe de este ensimismamiento debido a la continua tentación elitista por un lado, y a la nula importancia que la academia tiene hoy para el resto de la sociedad por el otro. En cuanto al totalitarismo en el que el pensamiento a veces degenera, nos lo muestran los libros. Y también por ello la filosofía importa: para que veamos hasta qué punto hay razones para todo, incluso para lo que nos espanta, lo que nos lleva, si somos un poco honestos, a la humildad.

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