Hay trayectos que repito, que son como las líneas de mi mano: están ahí inmutables y misteriosos y vulgares. Se repiten las estaciones, el viaje de cada verano, los colores pajizos del paisaje que atisbo desde la ventanilla del tren, las sensaciones que me procura, quizás porque yo las busco para que todo continúe idéntico, para que ese paisaje siga significando lo mismo, que en realidad es algo que ni yo sé. Soy la guardiana de un significado que ignoro.

Tengo mucho sueño mientras escribo esto, un sueño atrasado de días de ola de calor, de jornadas estresantes que no se descansan porque llega la noche y el dormitorio es un horno y no hay quien pegue ojo y se acumula el insomnio y parece que lleve no solo dos semanas sin apenas dormir, sino dos siglos. Acarreo sobre mis hombros el cansancio de todo un país, el cansancio de los campos agostados, de la ciudad recocida que no se baldea, del ambiente seco, de los pisos sin aire acondicionado, de los barrios sin árboles, de las nuevas plazas también sin árboles. Se trata del mismo cansancio que leo en las revistas de verano, cuyos colaboradores intentan escribir artículos ligeros para leer con la atención ligera, ese sambenito de las vacaciones. Pero esa ligereza suena agotada, suena a una playa con diez mil personas en la que no se puede leer nada porque la gente habla a la vez y los niños gritan y corren llenándote la toalla de arena y no hay quien se bañe porque no cabe ni un garbanzo en el agua. Tengo la impresión de que todos  los que escribimos en este verano esforzándonos por reproducir ese frescor de la orilla del mar con nuestras letras, o simplemente por no perder la cabeza con tanto sol, ensayando algún asunto lo suficientemente serio y pertinente, sonamos a lo mismo, a chicharrera inclemente, a déjennos en paz de una vez, queremos descansar y que nuestro descanso sea, sí, tan eterno como el estío odiado y amado y temido, pues el calor ibérico nos lo debe, las urbanizaciones de la costa levantadas con el sudor de nuestra frente nos lo deben, y también las ciudades con sus nuevos PAU terroríficos, las colas que hemos hecho para obtener cualquier certificado, los meses que llevamos esperando a que nos atienda el especialista, las horas de más en la oficina cuando no hay trabajo pero sí jefes, las pantallas, las noticias siempre iguales, las mismas convicciones a voz en grito en las redes, extenuantes como la playa de Benidorm y como un parque acuático, los hijos pequeños que hay que vigilar a todas horas, y las series que hay que ver a todas horas, y la teta que dan a todas horas las madres culpabilizadas por la OMS y recluidas en casa, como antaño nuestras abuelas.

Cansancio. Calor. Deseado verano, a pesar de.