¡Haz cola!
Elvira Navarro
¿Qué es esto de esperar una hora para que te atiendan en Vodafone? ¿Por qué hay un solo dependiente en un establecimiento que está en una de las calles más comerciales de la ciudad, y que tiene cola a todas horas?
Era 2011, me acuerdo muy bien, cuando me hice estas preguntas. Llevaba un buen rato de pie en la maldita tienda. En todo ese tiempo, no pararon de llegar clientes. También tenían que esperar, contritos, a que el único dependiente —ese pobre dependiente que soportaba día tras día que nos acordásemos, en voz alta o en silencio, de sus antepasados— les despachara, y más les valía no tener ninguna prisa para que en ese establecimiento, situado en una de las calles más comerciales de España, incluso de Europa, ¡incluso del mundo!, solucionaran su móvil roto. ¡O les gestionaran un cambio de compañía por esta otra que te hacía esperar, con todas tus durezas y tus callos llorando en tu apretadas botas de invierno, en esa calle y en ese local, donde nada justificaba que no hubiera más dependientes dándole brío al asunto y alivio al consumidor cabreado y con los pies doloridos!
Recuerdo que fue entonces cuando escuché, por primera vez en mi vida, algo más viejo que el mundo, a saber: que tener cola es una estrategia de los comercios para asegurarse la confianza del cliente. Conmigo no funcionó: me cambié a otra compañía. También tuve que guardar cola, pero me fui a una sucursal de barrio, donde siempre se espera menos.
Nunca entro en un restaurante vacío, ni voy al puesto de frutas del mercado donde no hay nadie si veo que la gente se arremolina en otro. Eso es bien cierto, pero también lo es que, si compruebo que en el restaurante hay un solo camarero para muchas mesas, o que en la frutería el dependiente es lento porque está hablando de cualquier pamplina con el móvil, me piro, porque entonces se hace evidente que la cola no se debe a un buen motivo, sino a que el negocio no funciona. A que sus responsables son, valga la redundancia, poco responsables. ¿A qué, entonces, premiarles?
Aguantamos demasiado. Nos hemos convertido en consumidores resignados que soportan las estrategias perversas de los que manejan el cotarro. Lo peor es que también somos trabajadores que agachamos la cabeza ante los salarios bajos, y ciudadanos que nos encogemos de hombros ante la corrupción, la suciedad de las calles o la mediocridad del sistema educativo. Y todo amparado en el qué más da, si hay a quienes un sueldo de mierda les parece Jauja, y una calle que huele a pis, el jardín de un palacio, puesto que siempre se puede estar peor, vivir en un estercolero. Y es verdad, pero la cuestión no es esa, sino qué ha pasado para que tal afirmación y no su contraria, la de que siempre se puede estar mejor, sea la que nos rija. Ambas son ciertas. Optar por la mezquindad es cosa nuestra.