Hacerse fuerte desde la fuerza

Elvira Navarro

Elvira Navarro

En 1976 la escritora Rosa Chacel fue entrevistada por Joaquín Serrano Soler en un programa de Televisión Española llamado A fondo, por el que desfilaron escritores de la talla de Mercè Rodoreda, Carmen Martín Gaite, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges o Julio Cortázar. En este programa los invitados tenían la ocasión de explayarse con inteligencia, y quizás también con más libertad que ahora. No existía Twitter con sus linchamientos, ni tanta corrección política, ni necesidad de que el anzuelo fácil dictara el tono, el ritmo y el contenido.

Nada más arrancar la entrevista, que se puede ver en Youtube, Serrano Soler aborda a doña Rosa desde donde lo hacen casi todos los entrevistadores hombres: apelando a su condición de mujer. “No era común entre las mujeres de su tiempo lanzarse a la aventura de las letras”, le dice, y Chacel confirma “No, no era común”. “Había ya un cierto movimiento de liberación femenina en esa época”, sigue diciendo Serrano Soler, a lo que la escritora responde: “Es una cosa que nunca me interesó. A lo mejor lo había, pero yo no me enteraba”. Entonces el entrevistador insiste: “Pero coincidía, sin duda alguna, esa  actividad suya en ese momento”,  y la autora subraya su desinterés “Sí, debe ser, pero no era mi mundo ese”. Serrano Soler se resigna y pasa al punto siguiente del guión: “Estuvo usted viviendo en un grupo interesantísimo que fue el grupo de Ortega y Gasset”, y aquí Rosa Chacel es rotunda y entusiasta “Claro, eso sí”. De Ortega y de lo que fue la vanguardia intelectual y artística de la época la autora sí quiso formar parte; sin embargo, del feminismo no deseó saber nada.

Cabe comentar unas cuantas cosas de este arranque de entrevista. La primera es que el abordaje de Serrano Soler estaba más que justificado: es cierto que en España eran muy pocas las mujeres que en los años treinta del siglo pasado, que fue cuando arrancó la trayectoria literaria de Chacel, pretendían abrirse paso en el mundo de las letras. En realidad, lo que me sorprende no es esto, sino el hecho de que en 2017 el planteamiento del entrevistador suene absolutamente actual, a pesar de que ahora no tenga nada de raro que las mujeres escribamos y publiquemos. Me digo que si no me suena raro, que si me parece que ahora cualquier entrevistador o entrevistadora puede dar la murga a la entrevistada con el sambenito de ser mujer, es porque, a pesar de que escribimos y publicamos, nuestro reconocimiento sigue siendo escaso. Ganamos menos premios, somos menos visibles en las listas de los mejores libros del año (o de los últimos veinte años, o del siglo), apenas hay mujeres ejerciendo la crítica en los medios y etcétera. Sin embargo, aparte de todo esto, se me ocurre otra razón que explica la actualidad de las palabras de Serrano Soler, y que me inquieta, a saber: que se haya convertido en habitual reivindicar desde el victimismo. Nada empodera menos a la mujer que presentarla como una víctima eterna. La debilidad sólo genera más debilidad. La víctima espera que la restitución venga de fuera, pues si se da a sí misma el poder perdido, deja de ser víctima. Que las mujeres estemos quejándonos de lo que los hombres no nos dan, implica seguir entregándoles nuestro poder. ¿Por qué no abrimos las puertas a patadas, en lugar de quedarnos refunfuñando en el umbral, a ver si les damos pena y nos abren?

Llama también mi atención de estos primeros minutos de conversación entre Rosa Chacel y Joaquín Serrano Soler la rotundidad con la que la escritora se desmarca del feminismo. Imagínense que una escritora actual de primer nivel, como lo era Chacel, aparece hoy en un programa de televisión de audiencia generosa soltando que el feminismo es un asunto que no le compete. Inmediatamente, Twitter se llenaría de insultos henchidos de indignación y a la autora se le haría un severo juicio moral por haberse salido del redil de la corrección política, un redil que es poco dado a los análisis y a las sutilezas. ¡Cómo es posible que diga que no le interesa el feminismo y que se alinee con ese machirulo de Ortega! ¡A la hoguera!

Sé que estoy haciendo trampa, que no vale descontextualizar, y que hay que entender a Chacel desde su circunstancia.  Lo que a mí me preocupa de este asunto no es eso, sino que, en este clima de ausencia de análisis y  juicios terminantes, no seríamos capaces de ver que el desmarque de doña Rosa también es feminismo, pues de lo que huye la escritora es de la victimización a la que me he referido antes. Huye de que se la señale como inferior. En sus prodigiosas memorias de infancia, Desde el amanecer, Chacel narra cómo se ve obligada a convivir con su abuela, una mujer profundamente machista obsesionada con que su nieta no se salga de su rol de mujer. La abuela trata de enseñarle que no debe destacar, porque a una fémina le corresponde estar en segundo plano. Rosa Chacel era una niña cuando tuvo que vérselas con su abuela. Y la niña que era se rebeló contra el machismo de la matriarca no asumiéndose como perteneciente a ningún sexo débil. Desde ese mismo lugar afirmó, muchos años después, que el feminismo no le incumbía. Y yo vuelvo a lo que me alarma: ¿por qué hemos dejado de saber ver que aquí también hay feminismo, un feminismo poderoso en la medida en que rechaza reivindicar desde un victimismo que resulta perverso por acabar eternizando, en su afán legitimador, un lugar que jamás nos dará la fuerza?

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