¿Perro versus hijo?

Irene Villa

Irene Villa

Siempre he tenido animales y es indiscutible el cariño que dan e incluso su valor terapéutico. He tenido gatos comunes, una persa, un siamés y perros de distintas razas: yorkshire, caniche, pastor alemán, pomerania, etcétera. La que tenemos ahora es una caniche mediana que lleva dicisiete años en la familia (ha convivido con otros animales que nos han ido dejando, ninguno tan longevo). Por ello entiendo perfectamente que el hashtag #amorperruno sea tan utilizado en la redes sociales, pero lo que no comprendo, y francamente me preocupa, es que cada vez más parejas sustituyan la paternidad por un animal. Es verdad que cuando no tienes hijos, los animales ocupan ese rol y nos volcamos quizá de forma desproporcionada en ellos (desmesurado es también el dolor por su pérdida, ya que no estamos aquí para sufrir y menos por un animal, por mucho cariño y compañía que nos hagan). Un perro implica menos obligaciones y aunque el amor no sea comparable, el cariño es inmenso. Los llamados animalistas llegan a conferir a los animales cualidades y capacidades que hasta ahora solo se habían atribuido al ser humano. Cada vez es más común humanizarlos y proliferan las personas conocidas que se vuelcan en la defensa de sus derechos y promocionan la adopción animal, algo que paradójicamente cuesta tanto y se publicita menos cuando a niños se refiere.

Francamente no creo que sea necesario elegir. Lo triste es que los motivos para optar por un perro versus hijo sean creer que tener descendencia significa estar abocado a la esclavitud, a un sacrificio permanente, a perder calidad de vida o a dejar de vivir tu vida para preocuparte por la del recién llegado. Esto, unido a la decisión comprensible y respetable de muchas mujeres de no ser madres, está haciendo que miles de parejas se pierdan, como me decía mi madre cuando pensé que nunca sería madre, “lo mejor de la vida”.

Lo prioritario es que desaparezcan las trabas a la hora de conciliar trabajo y familia, y ya que los centros de reproducción asistida se han convertido en lugares imprescindibles, tener acceso a tratamientos públicos con independencia de la condición sexual y de si se tiene o no pareja. Hoy en día no hay un modelo único de familia tradicional, solo una premisa: el amor es vital para criar y educar a un hijo. También habría que facilitar los trámites de la adopción, una bonita decisión cuando la naturaleza pone trabas, pero que implica un proceso demasiado duro y costoso. Por suerte la ciencia avanza y la edad ya no juega tan en contra, es más, un estudio reciente relevó que las mujeres que tienen un hijo en edad tardía envejecen más lentamente y viven más años porque están más tiempo protegidas por lo estrógenos de algunas enfermedades relacionadas con el paso de los años. Mi deseo es que toda la que lo desee, pueda tener o adoptar este milagro de amor infinito.

Y es que yo también me sentí engañada por una sociedad más exigente con nosotras, que nos conmina a posponer o evitar la maternidad y traicionada por el mensaje: es más fácil tener un perro. Porque anteponer nuestra supuesta comodidad a lo más maravilloso de la vida significa restar felicidad. Porque no existe mayor motivación, ni mayor regalo, que la sonrisa de un hijo.

Esta columna de opinión se publicó primero en la segunda edición de nuestra revista en papel

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