Restaurar el equilibrio
La justicia restaurativa pone el foco en las necesidades de las víctimas y los responsables del delito, y no solo en el cumplimiento de las penas
Una tarde de las Navidades de 2017 recibí una llamada de Beatriz Martín, a quien había conocido durante una formación en mediación en conflictos.
“¿Te gustaría participar como voluntaria en un proyecto de justicia restaurativa?”
Esa pregunta inició una vivencia que superó con creces todas mis expectativas.
Unas semanas después conocí a Pilar González, impulsora de esta iniciativa en AMEE, la Asociación para la Mediación, la Escucha y el Encuentro, que me recibió en su casa para contarme lo que hacían.
Entrar en una cárcel para participar en un proyecto de esta naturaleza requiere una serie de trámites que pueden demorarse varios meses. Desde la llamada inicial hasta que puse un pie en un centro penitenciario pasaron unos cuatro meses, durante los cuales especulé muchas veces sobre cómo sería la experiencia en la que me iba a adentrar. ¿Qué personas voy a encontrar allí? ¿Seré capaz de mirarlas sin miedo, sin juicios, sin pena, sin una ligera sensación de superioridad? ¿Qué se va a despertar en mí? ¿Seré capaz de aportar algo a sus vidas? ¿Cómo me van a mirar ellos?
Se trataba de acompañar a personas que habían sido condenadas a penas privativas de libertad por distintos tipos de delitos (AMEE no trabaja con condenados o condenadas por violencia de género, violación o pederastia) en un proceso que comprende tres fases. Una primera, mientras permanecen internados o en régimen de semi-libertad, en la que hay un trabajo en grupo y sesiones de escucha a nivel individual. El objetivo de esta primera fase consiste, esencialmente, en escuchar a los participantes. Lo que han vivido. Cómo eran sus vidas antes de delinquir. Qué sucedió. Cómo vivieron el momento o la temporada en la que delinquieron. Qué consecuencias tuvo en sus vidas. Cómo han vivido su paso por el centro penitenciario. Cómo afrontan su salida. Acompañarles mientras se enfrentan a la sombra que rodea a un delito. En muchos casos, a la carga de culpa, la vergüenza, la sensación de no haber tenido alternativas…Y poder transformar eso, a través de su expresión y la escucha sin juicio, para que puedan comprender, sin atisbo de justificación, qué es lo que les llevó a hacer lo que hicieron. Para imaginar alternativas a esa decisión. Para creer que su futuro lejos de la delincuencia no solo es posible, sino que depende exclusivamente de ellos y su voluntad.
En la segunda fase, la asociación busca un aliado que forme parte del entorno que el participante dañó con su delito para que puedan colaborar con él y así reparar de algún modo el daño causado. Por ejemplo, si alguien ha sido condenado por tráfico de drogas puede colaborar con una oenegé que trabaje apoyando a los drogodependientes o dar charlas en centros educativos para que los chavales conozcan de primera mano su experiencia.
En la tercera fase se prepara un encuentro restaurativo con la víctima de su delito (en caso de que acceda a ello) o con una víctima que haya sufrido un delito similar. Para que se produzca este encuentro ambas partes han de prepararse. Se trata de que tengan una conversación en la que puedan relatar sus experiencias, preguntar y decir aquello que deseen. Mirarse a los ojos, ser escuchados y escuchar lo que vivió el otro.
Acompañar a P. en su proceso ha sido un privilegio. Vivir juntos la experiencia de transformar la pesada carga de su culpa y darle un sentido diferente. Estar cerca de él para observar cómo encontraba sentido a todo lo vivido y surgía la necesidad evidente de aportar esa experiencia y contribuir a que otras personas pudieran conocerla. Contemplar cómo crecía la sensación de estar en paz consigo mismo. No ha sido difícil. Yo no he cometido un delito, sin embargo también me he equivocado, también he hecho daño, también he sentido culpa y vergüenza, también me he juzgado. Como todo ser humano. Ser consciente de esto me hace sentir cerca de P.
Cuando me propusieron escribir este texto, me pidieron hablar de mi experiencia. Al enfrentarme al teclado me ha parecido que eso era lo de menos. Centrar el relato en lo que he sentido yo tiene un interés relativo. Hablar en detalle de las personas que he conocido y sus experiencias me parece, en cierto modo, quebrar su confianza. Por ello he optado por contar en qué consiste el trabajo que hace AMEE a través de las personas que colaboramos con ella.
Me resulta impresionante comprobar una y otra vez que las necesidades de las personas que eligen cometer un delito son iguales a las de cualquiera. La diferencia es que lo que eligieron hacer para atender esas necesidades produjo un daño que nuestro sistema penal tipifica como delito.
Si de verdad creemos en la reinserción (incluso si no lo hacemos por una cuestión de pura seguridad o economía) es urgente acompañar a las personas que pasan por las cárceles para que transformen su experiencia en un aprendizaje. Para que construyan una vida fuera de los centros penitenciarios en la que la reincidencia no sea una alternativa. Para que al final tengan la sensación de haber restaurado el equilibrio.