Lejos del confort
El español David Casinos y la belga Marieke Vervoort, dos ejemplos de superación
Al tipo se le veía mazado; de no haber hecho las presentaciones pertinentes, habría pensado que se trataba de uno de esos primimaduros que se machacan a diario en el gimnasio. Si no hubiera sido por el perro no habría notado nada extraño en él. Pero un perro guía en el Wellington de Madrid…, como que no. Conocí a David Casinos aquella mañana, la misma en que se celebraba el primer aniversario de la organización 'Madrid Foro Empresarial'. Nada más verle, me sorprendió que casi lo primero que dijera fuera que cada día sale el sol, que es el título de su blog. Sarcástica como puedo llegar a ser, podría haberle contestado aquello de “obvio, hombre”. Pero el perro y quien me lo presentó me avisó de que era David era ciego. 44 años. Ciego desde los 26. Olímpico. Lanzador (primero de peso, después de disco). 5 medallas. La última, de bronce (tras cuatro de oro), en Brasil. Su reflexión llevaba implícito un mensaje imponente. Como dice uno de mis grandes seres queridos: ¡Wow!
Me habló de sueños. Me recordó que afirmar que sale el sol cuando uno no lo ve es una proeza. Me dijo que quien no conseguía las cosas era porque realmente no las quería. Algo así como busca, sueña, encuentra, haz, haz, haz, haz. El lo había hecho. Había demostrado su poder más allá de la vista. Había puesto en práctica el más difícil todavía de la alta competición, que en su día comenzó compartiendo con un trabajo de vendedor de cupones. Me enseñó cómo utilizaba su iphone adaptado, impresionante: como si viera las teclas. Me habló de su hija de tres años. Y de su visión (y se reía a carcajadas) de la vida. En la actualidad, se está convirtiendo en una especie de gurú, coach, como quiera que se llame a quien se dedica a dar ánimos a los deberíamos tenerlos de serie desde una posición que los que creemos tener los cinco sentidos en su sitio vemos como desfavorecida. Le miraba y sentía que me miraba. Lo hacía con su oídos, su tacto y esa sensibilidad especial que desarrollan los invidentes, sobre todo cuando, como en su caso, han visto durante una parte de su vida.
No tuve la oportunidad de escuchar su charla, que imaginé del tenor de la que habíamos mantenido vis a vis. Pero salí de aquel hotel casi dando saltos, si no eufórica, al menos sí alegre de que David pudiera abrir tanto los ojos, los suyos para ver la realidad que otros no ven y que, de paso, me los abriera a mí para recordarme que todos los días sale el sol. Por cierto, pensé qué bobos si no somos capaces de verlo, nosotros que tenemos la posibilidad.
Días después escuché hablar a otra olímpica (en el fondo me molesta hablar de paralímpicos, porque son olímpicos), la belga Marieke Vervoort. Su caso me había chocado, incluso dañado. Me sentía interpelada por una mujer que antes de participar en los Juegos Olímpicos de Río aseguraba que a su vuelta haría valer los papeles que firmó en 2008 asegurando que aplicaría la eutanasia cuando los dolores que sufre fueran ya insoportables. Me dañaba y me interpelaba el simple hecho de conocer los deseos de acabar con la vida de esta atleta que corre en silla de ruedas, que, además de su enfermedad degenerativa, ha sufrido varios accidentes que no han hecho más que empeorar su situación y su dolor, o más bien sus dolores, pero que ha aprendido a competir y a hacerlo contra otros atletas pero fundamentalmente contra su propio cuerpo. Para mí, por este simple hecho ya es una campeona, incluso sin medallas. Para mí, alguien que pelea contra la enfermedad proactivamente y practica el ejercicio, ya es una campeona, cómo no va a ser así cuando los simples mortales por una mala noche nos perdonamos el gimnasio y lo encontramos de lo más normal.
Pero resulta que la escuché tras la experiencia de Río y justamente le oí contar que aún no pensaba abandonarnos, que había Marieke para rato, al menos hasta que los dolores no fueran extremos. 17 años de sus 37 pegada a la silla de ruedas deben de haberle dado mucho para pensar, para elaborar su suerte, para gestionar su vida e imaginar y desear incluso la muerte. Unos minutos de escucha, parece que no pero son capaces de hacernos reelaborar la nuestra (la suerte) y replantearnos la gestión (de la vida). Al menos a mí. Y seguro que a muchos de quienes la escuchan en sus charlas motivacionales (qué grande, que fue a Lanzarote a dar una de ellas y ya no quiso abandonar la isla, donde reside). Curioso, por cierto, que alguien en su estado sea motivador, como en el caso de David Casinos. Lo pienso y me da cierta vergüenza… Si deberíamos ser nosotros, los sanos (al menos en la fachada), los motivadores. El caso de Marieke es además alentador para quienes piensan que la eutanasia te aboca sí o sí a la muerte, en una especie de suicidio reflexionado y relacionado con el dolor (el que sea). Firmar el deseo no equivale a ejecutarlo al momento. Hay mucho prejuicio contra el tema, que solo está autorizado en Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Colombia y el estado de California. De hecho, en nuestro país, y a pesar de que el 73% de la población afirma estar a favor de su legalización en todas sus formas, no se ha conseguido sacar adelante una ley, de manera que está penado tanto el suicidio asistido como la eutanasia y lo único que se admite, por la ley de la autonomía del paciente es el derecho de este a “decidir libremente sobre opciones clínicas disponibles, así como “negarse al tratamiento”. España a veces es muy gallega, dicho ello con todo el cariño y el respeto hacia los chistes de la escalera: no sabes si sube o baja; el gallego.
Escuchas las charlas en las que David y Marieke practican el optimismo del alma y sientes que sí que es cierto, que nos enseñan mucho más ellos que muchos gurús que nos hablan desde el pódium sabiendo que no han salido tanto ni tantas veces de su zona de confort. Estos ya de tanto no pueden ni contabilizarlo, su tiempo en eso es record, los han batido todos. Piensas en salir de la zona de confort. Incluso practicas.
Y de pronto llega el fin de semana, el pasado, pero podría haber sido otro cualquiera, y escuchas una frase que es atribuida a una de las siete sabias de Buda… y aunque no lo fuera qué más da, te toca: “El dolor es inevitable; el sufrimiento es una opción”.