La gran dama del arte español

Entrevistamos a Soledad Lorenzo, que recientemente ha donado las casi 400 obras de su colección al Reina Sofía

Fotos: Santiago Ojeda

Nos recibe en su casa del Madrid de los Austrias, un precioso loft con techos de casi cuatro metros de altura. “La primera noche que dormí aquí me sentí como una princesa”, asegura. Soledad Lorenzo, 80 años recién cumplidos, es uno de los referentes del mercado artístico español de las últimas décadas. Dice que su vida ha estado “marcada por la muerte”. Perdió a casi toda su familia (marido, padres, hermanos) en poco tiempo y siendo aún muy joven. Eso hizo que se concentrara en su carrera. En 1986 abrió  la galería que en el barrio de Chamberí llevaba su nombre. La cerró en 2012. Hace unos meses decidió donar las obras que fue acumulando durante ese tiempo, unas 400, al Museo Reina Sofía. Es la mayor donación privada que ha recibido el museo en su historia. Hasta marzo del año que viene dos exposiciones consecutivas mostrarán una selección de ellas.

Donaciones como la suya no son habituales en España. ¿Meditó mucho la decisión?

Yo ante todo he sido galerista, nunca me he sentido coleccionista. Pero cuando cerré mi galería me di cuenta de que tenía una colección bastante importante, y sobre todo, de que le vendría muy bien al Reina Sofía, que por falta de recursos no siempre ha podido adquirir muchas obras. Fui humildemente a verles, porque no aceptan todas las colecciones, por falta de espacio o porque no encajan en el museo. Lo cierto es que Manolo [se refiere a Manuel Borja-Villel su director] se puso contentísimo. El Reina es nuestro museo, el de los españoles, y cuanto más se enriquezca, mejor. No es regalárselo a cualquiera, así sabes que lo va a poder disfrutar toda la sociedad. Me alegra haber tomado esta decisión.

Para no ser coleccionista, acumuló una colección impresionante. ¿Cómo fue haciéndose con las piezas?

Pocas veces he elegido quedarme con una obra. Cuando una buena galerista recibe piezas, inmediatamente tiene que pensar en sus clientes. Pero en un momento dado te encuentras con una pieza maravillosa que no se vende. Me fui quedando con algunas, pero no con la intención de hacer una colección, sino más bien porque eran obras esplendidas y me daba pena devolvérselas al artista.

¿Ha participado en la organización de las exposiciones o ha dejado la gestión directamente en manos del museo?

Yo soy muy inteligente para las cosas de las que sé, y una cosa es tener sensibilidad para el arte y montar bien una exposición en una galería, y otra muy distinta, hacerlo en un museo. Mi galería la tenía dominada, porque conocía el espacio. Pero no hubiese sabido por dónde empezar en el Reina. Me encanta el trabajo que han hecho, y aunque es una pequeña selección, estoy muy satisfecha con el trato que le han dado. Cuando las cosas se hacen de manera lógica, salen bien.

¿Cómo fueron sus comienzos en el mundo del arte?

Yo vengo de una familia en la que el arte se valoraba mucho. Cuando era pequeña mi padre solía llevarme a ver muchas exposiciones. Y en casa, en la mesa, mis hermanos mayores y él discutían de arte. A mi padre empezó a no gustarle el arte, digamos, más novedoso, y mis hermanos le decían que eso eran tonterías. Tenían unas grandes discusiones, me encantaba oírles. Más adelante me propusieron trabajar para un proyecto relacionado con este mundo en el que tenía que tomar decisiones respecto a cuadros y piezas artísticas. Me di cuenta que se me daba bien y además me gustaba.

¿Y cómo abrió su propia galería?

Tuve la mala suerte de quedarme prematuramente sola, sin familia. Y aunque fue muy duro, también me dio una libertad que probablemente de otra forma no hubiese tenido. Muchas veces una teme defraudar a su familia, a su padre. Estando yo sola he sido muy libre, y eso me ha ayudado. Cuando me planteaba abrir mi propia galería conocí a varios artistas, me interesé por su trabajo, y tuve la suerte de que estaban disponibles para exponer.

¿Recuerda esa primera exposición?

Fue de un artista que me encantaba, Alfonso Fraile. Desgraciadamente, al poco tiempo le diagnosticaron un cáncer terminal. La exposición fue un éxito, y a partir de ahí la verdad es que fue todo muy fácil. Solo hay que tener un poco de cabeza, no debes comprar más de lo que vas a poder vender, porque al final no atenderás a tus artistas y clientes como se merecen.

¿Fueron los ochenta una época tan estimulante desde el punto de vista artístico como ahora se recuerda?

Sí, y en el mundo entero, además. Especialmente en Nueva York. Cuando abrí la galería me interesaba mucho lo que estaba pasando allí. Todos los grandes de la pintura de entonces estaban en Nueva York. Y me lie a traer artistas americanos. Eran jóvenes, y venir a Madrid les hacía mucha ilusión, no me costó nada convencerles.

¿Cómo se movía una mujer en ese ambiente?

Siempre ha habido más artistas hombres que mujeres, pero entre los galeristas ha sido al contrario. Creo que es porque aportan un instinto femenino, quizá algo maternal, que ayuda a los artistas. El instinto maternal es muy fuerte. Es cierto que yo no tuve hijos, y lo sentí mucho, pero desde luego no hubiese llegado a donde llegué de haberlos tenido. Seguramente habría sido muy feliz también, porque es lo que he visto en mi familia. Siempre he vivido en un ambiente positivo.

 

¿El público valora el arte moderno como el clásico o todavía queda algo del ‘eso lo hace cualquiera’?

Las personas que tienen un poco de sensibilidad, aunque no sean grandes expertos, no se atreven a decir eso como en la época de mis padres. Pero verdaderos conocedores del arte contemporáneo hay muy pocos. Cuando aprendes a verlo, te interesa, lo que pasa es que no todo el mundo sabe hacerlo. Lo actual, por lo menos para mí, siempre ha tenido más atractivo, por eso he dado importancia a los artistas más jóvenes y he apostado mucho por lo patrio.

¿Cómo supo que había llegado el momento de echar el cierre a la galería y retirarse?

Recuerdo exactamente ese momento. Estaba en Londres y había un artista inglés que me interesaba mucho. Fui a su galería a ver si podía trabajar con él. Cuando iba a abrir la puerta, de repente me pregunté: ¿Cuántas exposiciones le vas a hacer? Pensé que solo una. Entonces lo supe. Llega un punto en el que la edad no te permite seguir el mismo ritmo. Todos mis artistas me dijeron lo mismo: “Soledad, qué inteligente has sido”. Fue un alivio, porque no sabía cómo se iban a tomar la noticia. Esa es una de las partes más bonitas del arte, la relación con tus artistas, porque son tus artistas, y tú eres para ellos su galerista, su casa.

¿Cómo se encuentra?

A mi edad, que son 80 años, no me queda nada por vivir. No es algo dramático, así es la vida. Cuando era joven me parecía que los seres humanos lo hacíamos todo fatal, era muy criticona conmigo misma y con la sociedad. Ahora me pasa lo contrario. Estoy muy contenta con lo que he hecho. La vejez, si estás bien de salud, es una experiencia maravillosa. Yo estoy sana y haciendo la vida que corresponde a mi edad. Sigo, disfruto del momento y del arte, pero desde otra perspectiva.

 

 

 

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